Disfrutar agosto.

Julio se despide. Es así, una realidad tremendamente irremediable.
Y tras él llega mi mes favorito, agosto.Agosto es sinónimo de tiempo, algo que en los últimos meses he aprendido a valorar mucho. Tiempo para rodearme de amigas a las que veo menos de lo que quisiera, compartir alguna que otra noche volviendo a casa de día, ya con el frío que anuncia el final del verano , despidiéndonos para vernos en la sesión vermú, pocas horas después. Tiempo para cenas improvisadas, sin pensar que las horas robadas al sueño pasarán factura mañana, para paseos de jubilada ,bien temprano, o para no hacer nada que, aunque cueste, también es necesario.
Agosto es siempre sinónimo de ¨ en septiembre empiezo¨, de ver de cerca esos buenos propósitos que vas a cumplir. Que sí,  esta vez es la buena.

En agosto solía irme de viaje con mis padres. Aun puedo recordar el mareo bajando por las curvas del Teide, los viajes  al sur de Portugal, el agua turquesa de Menorca o el año que decidimos ir a Girona y mi padre casi se desmaya por el insoportable calor. Agárrate fuerte a mi María de Los Secretos o Carlos Cano y la Pradera sonando en el coche. En agosto, con unos 12 años, me pillé una insolación porque decidí que llenar mi cabeza de trencitas africanas a 35 grados era necesario. Me quedaban tremendamente mal, encima. Pero ese agosto fue especialmente bonito porque viajábamos con todos mis abuelos.




Un agosto descubrí por primera vez a qué sabían los cubatas y que uno para compartir con mi mejor amiga era más que suficiente. Un par de años más tarde, otro agosto, di mi primer beso al que, sin saberlo, se convertiría en ese primer amor que nunca olvidas. Agosto fue un mes de nervios el año que empecé la universidad. Qué poca idea tenía de cuánto iba a cambiar mi vida tras ese mes que, después pasó a ser la antesala de la vuelta a Santiago, contar los días para volver a mi otra casa y disfrutar de aquellos años que viví rodeada de tantos amigos. Apurar los últimos rayos de sol en la playa y pensar en todo lo que cambiaría pero, al final,  nunca cambió.


Me gusta agosto aunque una vez tuve que aceptar que ese año no habría vuelta, ni regreso, ni reencuentro posible. Recuerdo las decepciones y despedidas, lo difícil de afrontar una nueva vida en otra ciudad o el no querer que terminen los días que se nos iban de las manos.
Un agosto tuve que buscar piso de  prisa y corriendo. Qué feliz fui en aquella casa, un lugar que me enseñó a disfrutar de la soledad y que las mejores decisiones a veces las toma el destino por nosotros.

Yo no se si es que agosto es como los amores de verano, que quizás los idealizamos porque son fugaces, tan rápidos que no da tiempo a estropearlos con la rutina. Puede que mi parte  de niña se agarre a él como lo haces a esa tiempo de tu vida en que las preocupaciones no existían y todo lo que tenías pendiente era ajustar la falda del colegio, como, a veces, nos aferramos a las ciudades, canciones o personas porque nos recuerdan de dónde venimos. 
Da igual, pasen los años que pasen, en agosto siempre tengo un montón de tareas pendientes que podría resumir en disfrutar el mes como lo hacía con 15 años, aunque ya casi doble la edad y la mochila emocional no me permita verlo todo con los mismos ojos.



Vengas como vengas, querido agosto, yo te espero. Por el momento solo quiero que me dejes las cosas bonitas de julio en su sitio, que no me quites tiempo para todas esas conversaciones que me alegran la vida, los besos, las llamadas que se alargan, los abrazos que huelen a casa o el descubrir que la viene tiene unos planes que es mejor no conocer.
Vengas como vengas, querido agosto, yo te espero.

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